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Despedir a un guerrero

Falleció Fabián Tomasi, símbolo de lucha contra los agrotóxicos en Argentina.

Fabián Tomasi, mural. Foto: Alternativa Verde

El viernes 7 de septiembre falleció Fabián Tomasi en Basavilbaso, provincia de Entre Ríos, Argentina. Tenía 53 años y una poli-neuropatía tóxica severa, además de atrofia muscular generalizada. Tras haber sido peón de campo, carpintero y obrero de la construcción, se dedicó desde 2005 y durante varios años a realizar apoyo terrestre para fumigación aérea de agrotóxicos en la empresa Molina & Cía.

«Nunca pensé que iban a descuidar tanto. Yo tenía que abrir los envases que dejaban al costado del avión, volcarlo en un tarro de 200 litros para mezclarlo con agua, y enviarlo al avión a través de una manguera. Era verano, trabajábamos en pata y sin remera, y comíamos sándwiches de miga debajo de la sombra del avión que era la única sombra que había en las pistas improvisadas en el medio del campo. La única instrucción que yo recibí fue hacerlo siempre en contra del viento, así los gases no me afectaban», relataba Fabián, como recuerdan en la prensa local.

La aplicación de glifosato en Argentina ha aumentado drásticamente en los últimos 20 años: mientras que en 1996, cuando se aprobó la primera soja transgénica, se usaban 11 millones de litros de glifosato, para 2015 se rociaban en los suelos más de 300 millones de litros de glifosato en unas 28 millones de hectáreas.

El herbicida creado por Monsanto se aplica en campos de soja, maíz y algodón para que nada crezca, excepto los transgénicos. También está permitido su uso en cítricos y frutales como manzana, pera, membrillo; vid, yerba mate, girasol, pasturas, pinos y trigo.

Tomasi, junto a otros vecinos y vecinas, organizaciones ambientalistas y agrupaciones sociales de Entre Ríos y de otras provincias como Misiones, Chaco, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires, han levantado la voz por sus pueblos fumigados. Su cuerpo es una evidencia de las afectaciones que produce el modelo biotecnológico agroindustrial en la salud.

Compartimos una carta escrita por Fabián, publicada en marzo de 2018 en la Garganta Poderosa

Desde muy joven, durante muchos años, trabajé en el campo guiando avionetas, en contacto directo con agrotóxicos. Y yo soy de Basavilbaso, Entre Ríos, donde la gente aprendió a pasar por encima de la frustración sobre las carrozas de los carnavales. Pero lamentablemente, detrás de sus coloridas luces o debajo de sus majestuosos escenarios, hoy sólo puedo ver la cara de Antonella González, una nena que murió de leucemia en el Hospital Garrahan, hace apenas 4 meses. Había nacido en Gualeguaychú, hace apenas 9 años. Y falleció, víctima de los agroquímicos. Los médicos lo sabían, todos lo sabíamos. Como también sabemos que un 55% de los internados en el Garrahan por cáncer, provienen de nuestra provincia…

La más fumigada del país, una de las más envenenadas del mundo.

Nunca participé de ninguna fiesta. Ni antes, porque jamás me alcanzó el dinero, ni ahora, porque hace mucho tiempo me diagnosticaron polineuropatía tóxica severa, con 80% de gravedad: afecta todo mi sistema nervioso y me mantiene recluido en mi casa. Mis primeros síntomas fueron dolores en los dedos, agravados por ser diabético, insulinodependiente. Luego, el veneno afectó mi capacidad pulmonar, se me lastimaron los codos y me salían líquidos blancos de las rodillas. Actualmente tengo el cuerpo consumido, lleno de costras, casi sin movilidad y por las noches me cuesta dormir, por el temor a no despertar.

Tengo miedo de morir. Quiero vivir.

Tal vez, ese miedo me pueda servir de escudo, una especie de anticuerpo, como el humor. O como tanta gente que me ayuda para que pueda estar escribiendo, en vez de largarme a llorar, porque la enfermedad me hizo adelgazar 50 kilos y he visto mucha gente fallecer por consecuencia de las fumigaciones, pero nadie se anima a hablar. Mi hermano Roberto, sin ir más lejos, fue otra víctima más de las lluvias ácidas que arrojan sus avionetas: el cáncer de hígado no lo perdonó. Jamás voy a olvidar su agonía, escuchándolo gritar toda una noche de dolor. Mi papá falleció así, con esa tortura en la mente y tragándose silenciosamente la impotencia de verme así. Ahogado, de rabia y de temor.

Yo no quiero ahogar mis palabras. Quiero gritar.

Muchas provincias del litoral son arrasadas por el glifosato y el resto de sus químicos, como si desconocieran que los seres humanos tenemos un 70% de similitud genética con las plantas. ¿Cómo esperaban que sus venenos aprendieran a distinguirnos? No lo hacen. Por eso, cuando se fumiga, sólo un 20% queda en los vegetales y el resto sale a cazar por el aire que respiramos. ¿Entienden? No todo es brillantina y diversión en lugares como San Salvador, el “Pueblo del Cáncer”, donde la mitad de las muertes derivan de la misma causa. Allí, el carnaval nunca llega… Y sí, recibí muchas amenazas por visibilizar lo que nos hacen comer, respirar y beber a diario. Pero ya no basta con decir “Fuera Monsanto”, porque las cadenas de maldad hoy se extienden al resto de las compañías multimillonarias y se enredan con el silencio. Pues no hay enfermedad sin veneno y no hay veneno sin esa connivencia criminal entre las empresas multinacionales, la industria de la salud, los gobiernos y la Justicia. Hoy más que nunca, necesitamos que paren y para eso debemos luchar, aun en el peor de los escenarios, porque nuestro enemigo se volvió demasiado fuerte…

No son empresarios, son operarios de la muerte.

 

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