Crónica del II Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan
4 mil mujeres se reunieron los días 27, 28 y 29 de diciembre de 2019 en el Caracol zapatista Torbellino Nuestras Palabras, Chiapas
La convocatoria surgió en septiembre del año pasado y apuntaba a cómo abordar la violencia contra las mujeres. Hacia los Municipios Rebeldes Zapatistas llegaron integrantes de las comunidades y compañeras de todo el mundo que durante tres días intercambiaron experiencias y trazaron estrategias para defender el derecho a la vida.
El primer encuentro tuvo lugar en marzo de 2018. Este segundo encuentro ocurrió en el Semillero “Huellas del Caminar de la Comandanta Ramona” del Caracol Tzots Choj (que significa «torbellino» en lengua maya) ubicado en Morelia, Municipio de Altamirano en Chiapas.
Entre los 49 países desde donde viajaron las participantes: Alemania, Argelia, Argentina, Australia, Austria, Bangladesh, Bélgica, Bolivia, Brasil, Canadá, Cataluña, Chile, Colombia, Costa Rica, Dinamarca, Ecuador, El Salvador, España, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Grecia, Guatemala, Honduras, India, Inglaterra, Irlanda, Italia, Japón, Kurdistán, Macedonia, Noruega, Nueva Zelanda, País Vasco, República Dominicana, Rusia, Siberia, Sri Lanka, Suecia, Suiza, Turquía, Uruguay, Venezuela y México.
“Necesitamos y merecemos vivir” fue el mensaje de clausura de las zapatistas en el segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan, convocado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), cuyo levantamiento popular cumplió 26 años este 1º de enero.
Al igual que en el primer encuentro, no hubo presencia de varones y culminó con un nuevo mensaje de resistencia: “estamos listas, vamos juntas”. Crónica de Laura Guarinoni, desde Chiapas para Latfem.
“NECESITAMOS Y MERECEMOS VIVIR”
Bajo los rayos de un sol implacable, tiradas sobre la tierra chiapaneca, cientos de mujeres de distintas edades y diversas latitudes recuerdan con este homenaje a las víctimas de femicidio y a las desaparecidas. En ronda, forman cinco círculos que se agrandan desde el centro a la periferia, como las ondas se hacen cuando se tira una piedra al agua. Algunas lloran, con sus puños apretados golpean el piso y levantan polvo; otras gritan con rabia los nombres de las quienes ya no están, mientras el resto inmóviles fingen la muerte. Cada una de ellas tiene distinta procedencia, costumbres, etnias, hablan diversos idiomas. Todas viajaron desde lejos, o de más cerca, para participar del segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan convocadas por las Zapatistas en el caracol “Torbellino Nuestras Palabras”, en la región tojolabal-tzeltal de Las Cañadas, en uno de los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ) dentro del Estado mexicano de Chiapas.
Al mando del micrófono está Angélica Maia, una joven bailarina de El Pueblito, en el Estado de Querétaro, en el norte de México. Ella coordina la actividad y recita: “La brutalidad ejercida por el machismo, particularmente la violencia contra las mujeres, es la que nos convoca. Debemos caminar por la vida pidiendo permiso por y para ser mujer y andar un camino lleno de alambre de púas, con la cabeza y el corazón pegados al piso. En el delito de ser mujer viene incluida la condena”.
El silencio se apodera de las sierras al noroeste de México. Quienes no participan miran desde el templete -una pequeña estructura con forma de templo desde donde se ve el centro del predio- o a un costado de las rondas, sin emitir ningún sonido.
“Pero hay mujeres que lo enfrentan con rebeldía, que luchan. Que se ponen de pie. Salud a estas mujeres. Resistimos bailando”, grita Ángela y en seguida comienzan a sonar los tambores.
De a poco todas se ponen de pie. Se escucha un aullido colectivo. Comienzan a zarandiarse al ritmo de la música. Con cada movimiento parecen quitarse un poco de pena y otro poco de rabia: revolean las cabezas, se abrazan, se secan las lágrimas y se desprenden de la tierra seca que quedó en sus cuerpos. Culminan con un abrazo colectivo entre cientas.
Angie, como la llaman quienes la conocen, sonríe y cuenta a LATFEM que lleva la performance a encuentros y festivales en distintos puntos de su país. Siempre la realiza con mujeres que se autoconvocan. Para llegar a la zona de Morelia hizo más de 1200 kilómetros. Viajó casi 3 días, hizo 4 trasbordos, durmió en varios colectivos y camionetas hasta llegar a la ciudad de San Cristóbal de las Casas. Allí se encontró con compañeras y emprendió el viaje final hasta el Caracol. “Costó llegar pero aquí estamos. Nos lanzamos a la aventura, no recibimos casi información de cómo sería la juntada, no sabíamos como llegar, ni con qué nos encontraríamos pero confiábamos en que sería totalmente transformador, y lo fue”, dice el mediodía del 29 de diciembre, en la última jornada del encuentro.
La convocatoria para el segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan se lanzó en septiembre de 2019. Había sido anunciado para marzo, tal como se hizo el primero en 2018, pero las organizadoras decidieron posponerlo porque no podían garantizar la seguridad de las asistentes. Cuando ya se avecinaba el fin de año y muchas que habían sacado pasaje se resignaban a esperar un año más, llegó el comunicado de las zapatistas. Entonces, con muy poco tiempo y con un sólo mail de confirmación – algunas ni siquiera lo recibieron- miles de mujeres se organizaron, dejaron sus tareas diarias, sus trabajos y algunas sus hijes y familia, para llegar a las tierras mayas. Participaron más de 4.000, de 49 países de los más diversos: desde México, Brasil, Chile, Argentina, Ecuador, Guatemala hasta Estados Unidos,Grecia, Dinamarca, India, Inglaterra, Sri Lanka, Turquía y Kurdistán.
Esta vez, el encuentro se destinó únicamente a visibilizar y denunciar la violencia contra las mujeres y a compartir y crear nuevas estrategias para combatirla. El objetivo fue que activistas, familiares de víctimas, colectivos feministas, organizaciones, movimientos sociales y mujeres sueltas se escuchen, compartan testimonios y estrategias de organización para combatir al sistema patriarcal. Las zapatistas plantearon un día para gritar y denunciar nuestros dolores, el segundo para compartir ideas, experiencias y buscar salidas; y el tercero dedicado a la cultura, el deporte y al festejo de la vida.
“Queremos que vengas y que digas claro tu denuncia. No para que la escuche un juez o un policía o un periodista, sino que para te escuche otra mujer, varias mujeres, muchas mujeres que luchan”, decía parte de la invitación propuesta por las zapatistas.
En el ingreso al predio había un cartel que decía “Prohibido entrar hombres”, y otro al lado que rezaba: “Aquí solo para mujeres”. En ese lugar convivieron durante 3 días las miles de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries – pese a no estar consignados en el cartel fueron parte de la juntada- en un espacio único, libre de violencias, donde los niñes jugaban lejos de sus madres y luegos eran devueltos por las compañeras. Las que perdieron algún objeto, lo recuperaron, inclusive billeteras y dinero.
El binarismo quedó de lado desde el primer momento cuando las zapatistas plantearon en la apertura que no hacían diferencias por raza, religión ni ideología. «Son bienvenidas las identidades excepto los varones», explicaron las anfitrionas frente al planteo de la exclusión, por parte de alguno de los asistentes que no se sentía representado por la etiqueta de “mujer”.
De la puerta para afuera: sólo los hombres. Se registraron 95 niñxs, muchos quedaron al cuidado de los varones, junto a los zapatistas, en una zona lejana a espacio del evento.
Juntas y organizadas
Más de 2.000 mujeres zapatistas de todas las edades viajaron desde los 16 Caracoles donde están las Juntas de Buen Gobierno -a las 5 originadas en 2004 se sumaron otras 11 en 2019– para poner en marcha el Encuentro. Cada una tenía una tarea asignada: estaban las que organizaban las intervenciones en el micrófono abierto y controlaban los tiempos, las de “los Tercios Compas” que documentaban las charlas, las cocineras, quienes se encargan de la limpieza del baño y los lugares comunes, las choferas que trasladaban a las asistentas, las promotoras de salud y las artesanas que vendían manteles, ponchos o diademas típicas traídas de su comunidad.
El grupo de milicianas que se encargaba de la seguridad estaba formado en su mayoría por jóvenas (como ellas se llaman), algunas de muy corta edad. Vestidas con uniformes de pantalón verde, camisa marrón y gorras, un pañuelo atado al cuello y sus pelos entrelazados llevaban arcos y flechas o palos de madera y custodiaban el predio, inclusive en las horas de la noche cuando todas descansaban.
Todas tenían sus caras cubiertas con palestinas violetas o pasamontañas negros en los que algunas llevaban bordado el número del caracol del que provenían. Entre ellas hablaban en sus lenguas originarias mayas tzotzil, tzeltal y tojolabal, y muchas no comprendían bien el español.
“Nos hemos organizado para escucharlas. Todo lo hemos preparado en colectivo y si guardamos nuestra identidad no es porque les tenemos miedo es porque somos invisibles para el gobierno y si así lo somos, entonces no verán nuestro rostro, es parte de lo que hemos acordado”, explicó a LATFEM Adriana, una artesana de la comunidad 23 de Mayo del caracol Chilón.
Mantenerse vivas
En la clausura del primer encuentro en tierras zapatistas se acordó entre quienes asistieron: “Seguir vivas y seguir luchando”. Más de un año después, la Comandanta Amanda del Comité Clandestino Revolucionario Indígena Comandancia General del EZLN (CCRI-CG) dio la bienvenida al contingente de mujeres con un discurso que resaltó la continuidad de la violencia. “No podemos dar buenas cuentas. En todo el mundo siguen asesinando mujeres, las siguen desapareciendo, las siguen violentando, las siguen despreciando”.
La insurgente siguió: “Parece sencillo de decir, pero lo sabemos bien que ya hay muy pocos lugares en el mundo en donde podamos estar contentas y seguras. Por eso estamos aquí, porque nos trae nuestro dolor y nuestra rabia por la violencia que sufrimos las mujeres por el delito de que somos mujeres”.
En medio de un país donde de enero a septiembre de 2019 casi 2.900 fueron asesinadas, según las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), y más de mil desaparecidas, las zapatistas viven en una suerte de oasis ya que en sus territorios no se registraron femicidios en el último año.
Pese a este logro, todavía existen diversas formas de machismo que buscan eliminar. “En los Caracoles no hay mujeres asesinadas porque entre todas nos organizamos. En estos territorios tenemos libertad. En caso de que haya mujeres violentadas a los compañeros se les castiga”, contó Elizabeth, coordinadora zapatatista del segundo encuentro que vive en el caracol La Realidad.
Según explicó a LATFEM, las comunidades no tienen un sistema punitivista en que se excarcele o expulse a quienes cometen delitos, en este caso sexuales. La junta de buen gobierno evalúa la agresión y les exigen trabajos colectivos acordes a lo que necesite el pueblo -puede ser trabajar en los cultivos o en otras actividades en el campo-.
Las violencias que escuchó en estos días a la encapuchada le hicieron recordar lo que le contaba su mamá o su abuela y a lo que ella vivió antes de 1994 – año del levantamiento-. “Queremos decirles que no tengan miedo, que hemos estado ahí, pero que se puede cambiar si se organizan”, dijo.
La lucha continúa
“Después del primer encuentro nos preguntamos: ¿Será que siguen ahí las compañeras con su lucecita? Para eso convocamos a este encuentro, para ver si ahí sigue o no, porque nos enteramos que sigue la matanza, sigue la violencia en contra de las mujeres. Por eso decimos, volvamos a encontrarnos y para sacar propuestas”, contó Adriana cuando le preguntaron por qué organizar un nuevo encuentro.
El mensaje de cierre de la gran juntada fue leído por la comandanta Jéssica. Dijo que la empatía fue la emoción que más predominó durante los tres días que duró el Encuentro.
Felicitó a las “luchadoras por haberse organizado para escuchar, comprender, dialogar y generar propuestas que ayuden a parar las violencias que sufrimos”.
“Llegamos a un acuerdo de comunicar y de gritar que no estamos solas, que no estás sola compañera y hermana; pero no basta, no es sólo consuelo lo que necesitamos y merecemos es la paz y la justicia”, gritó.
Luego del acto de despedida preparado por las milicianas, todas cantaron “Un violador en tu camino”, la canción del grupo chileno Las Tesis que provocó los aplausos de las presentes. Cada una regresó a sus hogares con una nueva lucecita y la consigna de no permitir que ésta se apague.