Entrevistas

Maudy Ucelo: «el buen vivir es la relación de respeto y valor que tenemos con la naturaleza»

Entrevista realizada durante el encuentro de la Escuela Internacional de Organización Feminista (IFOS)

Maudy María Ucelo es militante de la Marcha Mundial de las Mujeres y vive en el territorio Xinka, en Santa María Xalapan, en el departamento de Jalapa, oriente de Guatemala. “Yo me identifico como mujer indígena joven, porque también es de ahí donde parte mi lucha hacia los movimientos sociales y feministas comunitarios en mi territorio”, explica Maudy.

La entrevista fue realizada colectivamente por Capire, la Radio Mundo Real y Grassroots Global Justice Alliance (GGJ) durante el encuentro Tejiendo Nuestras Propuestas Emancipatorias de la Escuela Internacional de Organización Feminista ‘Berta Cáceres’ (IFOS, sigla en inglés), que se celebró entre los días 5 y 7 de mayo de 2024. Sobre la participación en la actividad, Maudy cuenta que se sintió en su propio hogar por compartir la confianza y energía con otras compañeras. “Creo que la lucha que llevamos dentro de nuestros movimientos y nuestros países es la misma, con el mismo enfoque. Buscamos la justicia, la igualdad, buscamos nuestra reivindicación y la participación de las mujeres”, afirma.

Durante la conversación, Maudy habló sobre el sentido del buen vivir desde su territorio y la importancia de valorar y rescatar conocimientos y prácticas ancestrales en la relación con la naturaleza, la alimentación y el cuidado con la salud. Lee abajo o escucha el audio de la entrevista.

El buen vivir fue bastante mencionado durante nuestra actividad. ¿Qué es el buen vivir y cuáles son sus características según tu perspectiva?

Para nosotras, según la cosmovisión e identidad de mi pueblo, el buen vivir es la relación de respeto y valor que tenemos la humanidad con la naturaleza. Todo eso lo vemos sagrado, porque somos parte de la tierra. De ella venimos y a ella volvemos. A base de ella, tenemos nuestra alimentación, nuestro sostén de vida.

El buen vivir tiene en cuenta esas bases de nuestra Madre Tierra y abarca la justicia y la participación de las mujeres. No podemos decir que hay buen vivir cuando vemos en nuestros pueblos y en nuestros cuerpos una disputa de poder, un patriarcado enraizado, un sistema capitalista y consumista que nos ha querido destruir. Intentan hacernos perder esa conexión y esa armonía con la Madre Tierra para que ellos puedan despojarnos, y luego hacernos desaparecer y ya no existir para resistir.

Hablemos sobre la importancia de los saberes de las abuelas, cuyas historias y saberes corren el riesgo de perderse ¿Cómo relacionas la importancia de las abuelas y la preservación de semillas nativas?

Quiero agregar algo para la juventud: que podamos aprovechar esos conocimientos de nuestras diversidades y territorios. Que vayamos con nuestras ancestras, con nuestras abuelas, y retomemos lo que ellas hacían: proteger las semillas, el cuerpo, la tierra, porque todo va conectado. Las semillas están en peligro en Guatemala y en Latinoamérica, con la privatización y esta ley Monsanto que quieren imponernos. Están arrebatando nuestras semillas criollas. Nuestras abuelas eran muy conocedoras y sabedoras de cómo cuidar estas semillas porque, si se pierden las semillas, se pierde la vida y nos perdemos nosotras también porque es nuestro alimento. Desde ahí parte también el cuidado con lo que consumimos, lo que llevamos adentro. Esto no solamente afecta a los pueblos originarios indígenas, sino que afecta a toda la humanidad. Desde los pueblos se rige la alimentación hacia las áreas urbanas. Si no hay semilla, no hay alimentación en las áreas rurales, mucho menos en las urbanas.

Como juventudes es bueno retomar esos saberes cosmogónicos, ancestrales, para poder mantenerlos y protegerlos. Pero debemos tener una deconstrucción, porque quieren que la juventud no nos involucremos en estos movimientos y sabidurías. Esa es la forma de despojarnos para que puedan apoderarse de nuestras semillas y territorios. Nuestra defensa no solamente es por la lucha social, sino que también rige desde nuestra alimentación. De ahí podemos seguir resistiendo. Si no cuidamos nuestro cuerpo, que es nuestro primer territorio, mucho menos vamos a tener fuerza para poder defender nuestras luchas. Todo tiene su ciclo de vida: muere, nace… En la juventud, tenemos un reto muy grande de retomar esos saberes e mantenerlos en resguardo para las otras generaciones. Tal vez nosotras no lo vamos a aprovechar, pero esperamos que las otras generaciones tengan un buen vivir. Por eso creo que los movimientos intergeneracionales son sumamente importantes. Se necesita esa complementariedad.

Has hablado sobre el feminismo y el buen vivir como elementos que se construyen desde el territorio, sin separación entre ellos. ¿Podrías hablar sobre cómo ellos se relacionan y se encuentran en las luchas?

Desde la colonización, esos sistemas se han inculcado como algo muy natural, muy propio de las culturas. Tristemente, los roles hacia las mujeres son muy atribuidos. Nos ven solo por las tareas del cuidado y la responsabilidad desde la madre tierra, lo social, lo familiar, cuando no debería ser así. No hay una armonía entre la humanidad, entre hombres y mujeres. La naturaleza lo tiene, pero ¿por qué nosotros no lo tenemos? Por esos mismos sistemas que nos han invadido y que han venido a destruir. Entonces, si eso existe en las comunidades, no vamos a poder trabajar en conjunto, porque los hombres no van a querer tomar en cuenta las opiniones de las mujeres y sus participaciones. Eso nos lleva también a nuestros movimientos feministas comunitarios.

En las comunidades se ve el campo más duro para las luchas de las mujeres feministas. En mi territorio, no puedo nombrarme como tal, como feminista, pero yo sé que ejerzo el feminismo. Es una ‘palabra bomba’, de sentencia, y así vemos que está muy enraizado el sistema. Pero ahora, desde mi colectivo, nuestra visión es que la esperanza está en la juventud y la niñez para poder descolonizar y despatriarcalizar todos esos sistemas.

Aportamos a ese buen vivir que imaginamos descolonizado, despatriarcalizado, no hegemónico y también sin desigualdades. Desde ahí vamos construyendo. Estos movimientos aportan a ese imaginario. Desde esa perspectiva del buen vivir, todo lo que se mueve es energético –las plantas, nosotros mismos. Entonces, creo que esa fue una conexión muy bonita. Somos de distintas naciones, pero tenemos el mismo objetivo, el mismo corazón y la misma vibranza como mujeres. Creo que eso es una fuerza porque nos acuerpamos, lo que nos ayuda mucho a continuar en nuestras distintas luchas sin perder ese objetivo. Eso es lo que apostamos: los movimientos feministas, los encuentros del buen vivir para nosotras.

Ante la ofensiva de la industria farmacéutica ¿Cuál es la relación entre los saberes ancestrales y las plantas medicinales?

La recuperación de la medicina ancestral es sumamente importante. Como me decían mis abuelas, que ahora ya han pasado a la ancestralidad, ahora la juventud ya no pone importancia a la medicina natural. Ya no tenemos esa fe en las medicinas naturales que ellas mencionaban. Las industrias farmacéuticas han venido a robar lo que sabían nuestras abuelas y abuelos de sus propias cosmovisiones sobre la curación de las plantas medicinales, y las han venido ya a fabricar de otra forma. Ahora tenemos eso de ir a comprar medicamentos que no son la medicina, dejando por nuestro lado lo que nos curaba. Es muy difícil que las juventudes querrán sembrar y cuidar estas plantas medicinales. Hay que retomarlo porque eso era lo que les daba vida, les daba la salud a nuestro pueblo, a nuestras abuelas. El sistema no quiere que retomemos eso.

Siempre decía mi abuela: “¿qué cuesta regar una plantita? ¿Qué cuesta tener ahí la medicina? No te va a costar ni un centavo, lo único que tienes que hacer es amarla, hablarle con amor para que ella te cure”. Si tenemos todo eso, tenemos un paraíso: tenemos nuestra alimentación, tenemos nuestra medicina. Pero ahora, ya no. Ahora las juventudes se enferman y lo primero que hacen es ir a comprar medicina industrializada, cuando tienen o pueden tener las plantas, con su energía curativa. Nosotros tenemos eso y no lo aplicamos. Desde ahí rige la enfermedad de nuestros cuerpos, en lo que usamos y consumimos y que que nos viene enfermando.

Ayer hablábamos sobre el contacto de la luna, el contacto de la tierra, los ciclos… La naturaleza nos hablaba. Mis abuelos siempre decían que hay un pajarito que canta y dice que ya va a llover o anuncia el invierno. Entonces ellos preparaban la tierra para la siembra. Le tenían el verdadero respeto hacia la naturaleza. Ellos consumían la medicina, un té de menta, de manzanilla, y la tenían al alcance, no necesitaban lo económico, sino que solamente podían sobrevivir y curarse desde ahí.

La explotación de la tierra y el despojo han afectado a que ahora ya no encontremos fácilmente las plantas medicinales. Se ha perdido esa práctica agroecológica, pensando en la amistad con la naturaleza. Ahora todo es químico, se usa muchos agroquímicos. No había necesidad de abonos, de echarle agroquímicos en la tierra. Simplemente agua, amor y siembra eran suficientes. Algunas plantas se han exterminado. Es muy raro que encontremos algunas personas que tengan sus huertos familiares, sus jardines botánicos. Desde ahí también es sumamente importante ponerle atención, porque si llegan a terminar las semillas y las plantas medicinales, creo que la humanidad nos terminaríamos también.

Entrevista por Renata Reis, Vanessa Ordoñez y Valentina Machado

Edición por Bianca Pessoa

Revisión por Helena Zelic.

(CC) 2024 Radio Mundo Real