Chile despertó. Luego de 30 años de injusticias sociales, viviendo bajo una Constitución redactada y aprobada por el régimen militar del tirano Augusto Pinochet, el pueblo andino se levantó. Como consecuencia de dos años de lucha sostenida, a pesar de la violencia represiva desplegada por el derechista gobierno de Sebastián Piñera, el pueblo chileno logró que se aprobara, mediante plebiscito [1], la redacción de una nueva Constitución en manos de una Convención con integrantes elegidos mediante voto popular.
Este sábado y domingo se elegirán a los/las 155 integrantes [2] que conformarán esa Convención Constitucional. Estas elecciones están marcadas por otras dos grandes victorias populares: la Ley 21.216, promulgada el 20 de marzo de 2020, que establece el mecanismo de paridad de género, y la Ley 21.298, promulgada el 23 de diciembre del 2020, que asegura la representación de pueblos originarios [3] dentro de la Convención.
Las mujeres rurales e indígenas de Chile organizadas en ANAMURI [4], que integra la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC-La Vía Campesina) [5], tienen sus candidatas y junto a varias organizaciones campesinas e indígenas presentaron “La Propuesta Campesina ante la Convención Constituyente” [6], en la que dice que “el Estado chileno se debe reconocer como un Estado Social de Derecho, plurinacional y multicultural”.
El documento consta de 12 propuestas concretas agrupadas en distintos ítems: características del Estado, modelo económico y productivo, pueblos originarios y campesinado, producción agropecuaria y soberanía alimentaria, tierra y agua, semillas y cultivos transgénicos, trabajo y derechos laborales, política exterior y tratados internacionales, el derecho al buen vivir, justicia climática y defensa del medio ambiente, y por último, lenguaje inclusivo y paritario.
Las organizaciones subrayan la importancia de “crear las condiciones para erradicar todas las formas de discriminación hacia las mujeres, incluidas las mujeres campesinas, indígenas y mujeres que trabajan en zonas rurales”. Además proponen un modelo económico y productivo que represente los intereses populares e impulse un desarrollo nacional sustentable, y reconozca “la función social de la propiedad, la tierra, el agua y los ecosistemas”.
El reconocimiento a los pueblos originarios y las garantías de sus derechos son la base del documento presentado por ANAMURI a delegados/as de la Convención Constituyente, organizaciones sociales y populares, partidos políticos, autoridades y representantes electos de diversas instancias y a la opinión pública en general. El texto también propone que la soberanía alimentaria sea tomada como derecho inalienable de los pueblos y principio ordenador de las políticas agrícolas y alimentarias del país. De la misma manera se aboga por el reconocimiento de las semillas como patrimonio de los pueblos.
En el ítem siete, sobre trabajo y derechos laborales, se destaca: “el valor del trabajo humano como principio fundamental, reconociendo todas las formas de trabajo (doméstico, industrial, agrícola, de servicios, de los cuidados, etc.) como aportes fundamentales a la sociedad”. En cuanto a las relaciones internacionales la propuesta sienta sus bases en “el principio de cooperación entre los pueblos, respetando la autonomía y soberanía”.
La propuesta campesina entiende que el Estado debe garantizar el “bienestar, dignidad, salud, vivienda, educación y previsión social” de su pueblo y crear sistemas estatales seguros para prevenir la violencia de género, intrafamiliar, laboral e institucional. Además el Estado debe asumir el deber de “proteger el medioambiente, la diversidad biológica, los recursos genéticos, los procesos ecológicos” para garantizar el derecho individual y colectivo a disfrutar de una vida y un ambiente seguro, sano y ecológicamente equilibrado.
Desandar 30 años de un Estado unitario, hiper presidencialista, blindado institucionalmente, donde prima la propiedad privada y los servicios básicos como la educación y la salud están en manos de privados, no es tarea fácil. Pero el pueblo chileno lo está haciendo y la consigna de sus pancartas está cada vez más cerca de convertirse en una realidad: “El neoliberalismo nació y morirá en Chile”.