Entrevista a Andrea Tortorolo y Gabriel Arisnabarreta de La Bonita: un oasis agroecológico que, a través de la búsqueda constante, resiste activo ante el avance del agronegocio y demuestra que hay otras formas de producir. Acción colectiva, recuperación de saberes ancestrales y participación en redes de información como pilares de un proyecto agroecológico integral.
El sonido ambiente al otro lado del teléfono hace que me olvide por un rato del Coronavirus y el aislamiento para situarme mentalmente en las afueras de Saladillo, provincia de Buenos Aires. Desde ahí, Andrea y Gabriel (con vacas, pájaros y el viento a través de los árboles sonando de fondo) se pasan la palabra para empezar hablando de La Bonita, la chacra de 14 hectáreas a la que llegaron hace 25 años, y donde hoy siguen viviendo y produciendo: “tenemos un tambo de vacas donde se ordeña, y con esa leche hacemos quesos. Esa es nuestra principal actividad, aunque hay otras, menores en cuanto a la superficie que ocupan. Tenemos una huerta con algunas plantas aromáticas y con verduras que consumimos y vendemos. También tenemos frutales con los que hacemos dulces. Pero hoy la principal actividad de venta es la de los quesos”.
Se presentan como ingenierxs agrónomxs, productorxs y docentes de una escuela agropecuaria, y no escatiman palabras ni ejemplos para definir qué significa para ellos la agroecología: “Llegamos acá buscando una forma de vida distinta; un lugar donde vivir y donde producir, porque no concebimos la idea de vivir fuera de donde estamos produciendo, y eso tiene que ver mucho con la concepción de agroecología. Agroecología no es solo una forma de producción sin químicos, es un montón de cosas más. Es una forma de vida. Es estar vinculado con el lugar donde uno está, en el lugar de producción y además en el lugar de venta. Para todo lo que producimos acá, el principal lugar de venta es la misma comunidad. No nos ponemos como objetivo la venta de productos orgánicos hacia otros lados, sino que queremos que se aprovechen estos alimentos en nuestra zona. Creemos en pertenecer a un grupo, creemos en el trabajo en red y en las relaciones. No nos interesa estar produciendo en el campo y desvincularnos de lo que pasa después con nuestros alimentos, ni tendría sentido producir sin agrotóxicos para que ese alimento sea destinado a la clase social que más poder adquisitivo tiene, ni trasladarlo lejos de donde estamos. En la agroecología está presente lo productivo, pero también lo ambiental, lo social, lo cultural, lo económico, el acceso a la tierra y tener una mirada colectiva”.
Esa concepción se evidencia en la forma de producción de la chacra, y se ve reflejada en la relación que tienen con los animales. La base de la alimentación del ganado es pastoril, con pastos naturales y sembrados. Se pone atención en la diversidad, rotando los potreros, intentando que las vacas vayan comiendo una parcela por día, y ordeñando todos los días. En La Bonita no hay guachera: los terneros no se destetan enseguida, sino que van siendo separados gradualmente, como se hacía antes. Recuperar saberes ancestrales es, para Andrea y Gabriel, parte de un proceso de aprendizaje que se completa con el intercambio colectivo y con la experiencia propia. “No hay una receta, pero sí hay experiencias que uno puede tomar para adaptarlas a su lugar. Por ejemplo, las vacas que tenemos en nuestro tambo no son razas lecheras como la Holando o la Jersey. Son vacas que había en la zona (que son vacas para carne), cruzadas con toros de razas lecheras. Fuimos viendo que estos animales se adaptaban al pasto, se preñaban rápido y podían darnos leche y criar al ternero al mismo tiempo”. Así, las vacas siguen alimentándolos a la par de que son ordeñadas.
“Y ahí aparecen los planteos de la gente que te dice que así producís menos y no te conviene. Y en la producción agroecológica el rendimiento ocupa un lugar, pero no el único. Y eso es lo que a veces es difícil de entender para los demás. Es tan importante el rendimiento (porque tenemos que vivir de esto) como el bienestar animal, como tener un alimento sano, como no dañar el medio ambiente mientras lo hacemos”. Analizar el rol de los sistemas productivos lxs lleva a reflexionar sobre la relación que éstos puedan tener con la aparición de enfermedades. Algo que parece inevitable en el contexto de la pandemia global que, mientras hablamos, sigue cobrándose miles de vidas cada día en todo el mundo: “El hacinamiento de animales de la ganadería industrial puede estar provocando que los virus encuentren el lugar ideal para multiplicarse y, de ahí, saltar al ser humano. Y parece increíble, pero se escuchan cosas extrañas como esto de ‘la economía vs. la salud’, como que se acepta que la economía va para un lado y la salud por el otro, cuando el hombre y la salud deberían formar parte de esa economía. No pueden estar disociados, y esto tiene que ver con que tenemos que cambiar nuestras formas de vida, cambiar la sociedad en su conjunto”.
En el año 2004, a partir de un programa de radio en el que participaban, surge Ecos de Saladillo, un grupo gestado de necesidades colectivas y con objetivos comunes: el intercambio, la organización de actividades y la alianza comunitaria ante las cosas que pasaban en la zona, que llegaban a través de los comentarios de vecinxs, y que no aparecían en los medios de Saladillo.
La primera movilización de Ecos fue contra la ubicación de un basural a cielo abierto al que pretendían llevar la basura en tren desde otras ciudades. Con el tiempo fueron apareciendo otros temas, de los cuales hubo dos que cobraron suma importancia. Por un lado, empezaron a aparecer las denuncias por las fumigaciones en los campos de soja, donde antes pastaban animales. “Las fumigaciones llegaban al borde mismo del pueblo, literalmente: termina un barrio y al otro lado de la calle hay un campo donde se fumigaba. Fumigaban hasta el asilo de ancianos, que tenía unas cinco hectáreas de tierra que eran alquiladas por El Tejar, un enorme pool de siembra que salía en la radio diciendo que ayudaba al asilo alquilando esas cinco hectáreas, cuando lo real era que los abuelos abrían la ventana y les pasaba el mosquito por encima fumigándolos”.
En paralelo, la gente comenzó a acercarse al grupo -antes que al municipio- a denunciar que los olores, los ratones y las moscas hacían imposible la vida cerca de los corrales de engorde que comenzaban a crecer en la zona. “Los feedlots son todo lo contrario a lo que hacemos acá. Son campos de concentración de animales, donde incluso se los alimenta con desperdicios, alimentos vencidos y prácticamente con cualquier cosa. Esa fue una lucha larguísima y muy dura, con discusiones fuertísimas con los funcionarios. Llegamos a tener doce feedlots en Saladillo de más de diez mil animales cada uno. Eran de empresas grandes que traían sus desechos para alimentar a los animales. Un poder económico muy grande contra el que hubo que luchar”.
Así surgieron las ordenanzas de 2008, que prohibieron y restringieron las fumigaciones en determinados espacios y evitaron que Saladillo se transformara en la capital del feedlot, como había predicado en su tapa el suplemento Clarín Rural. “No fue solo un logro de Ecos, sino de una enorme red de organizaciones como GRAIN, Acción por la Biodiversidad, el Movimiento Nacional Campesino Indígena, La Vía Campesina y un montón de otras organizaciones. La agroecología es impensable sin las redes, llenas de gente importantísima a la que, como a nosotres, no las mueve el dinero, sino el sentimiento”.
Ambos resaltan que quienes se dedican a la agroecología siempre están en un lugar de lucha y resistencia, pero que es necesario y saludable reconocer los logros. Entre ellos, el nivel de difusión que se logró para algunos de estos temas: “La concientización es enorme. Antes ni siquiera se hablaba de todo esto, y hoy las grandes compañías y Aapresid [Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa] se ven obligados a hablar. Tuvieron que tomar este carbón encendido, no pudieron evitarlo, y esos son grandes logros”.
Arrojan una mirada a futuro positiva, conscientes de las dificultades, pero también de los cambios alentadores que se muestran hoy, y siempre sosteniendo que el camino no puede sino ser colectivo: “El futuro cercano depende de lo que sigamos haciendo las personas, los grupos, las redes que se van fortaleciendo. Los encuentros son cada vez más numerosos y eso es imparable. La agroecología va a ir creciendo, sin dudas. Tenemos que definir qué agroecología queremos, para qué y para quiénes. Para alimentar a los pueblos y no a los negocios. Y para eso tiene que haber acceso a la tierra y desarrollo local. Lo bueno, y es algo que también se ve en los encuentros, es que esto no termina acá. No hay un par de referentes y ‘se terminó’. Todo el tiempo se está construyendo desde abajo: desde las facultades y desde los pueblos. Hay cada vez más chicos y chicas que se interiorizan y participan. Desde el punto de vista ecológico y ambiental no somos la misma sociedad que hace veinte años. Por eso, y sin desmerecer lo que tenemos enfrente, creemos que el futuro viene bien”.