Honduras tiene unas 198 000 hectáreas sembradas con palma aceitera, que producen anualmente 2.4 millones de toneladas de fruta y 480 000 toneladas de aceite crudo, del que se obtienen productos como manteca, aceite vegetal, margarina, jabones y biodiésel. El país ocupa el octavo lugar como productor de aceite de palma a nivel mundial.
La explotación minera y el deterioro de la biodiversidad, generado por los monocultivos agrícolas y el abuso de agrotóxicos han generado baja disponibilidad y calidad de agua. Esos venenos ocasionan profundas alteraciones en la producción de alimentos nutritivos y de plantas medicinales, lo que afecta la salud integral de las comunidades. Por otra parte, se mezclan también los intereses de los narcotraficantes y de la minería relacionada con el óxido de hierro, que consume enormes cantidades de agua.
La apuesta por el agronegocio de la palma, las ciudades modelo y el turismo, concentrada en los departamentos de Colón, Cortes, Atlántida y Yoro, al norte del país, ha generado graves consecuencias [1]. El combo incluye invasión de territorios ancestrales, desplazamiento de comunidades, empresarios que contratan bandas armadas, hostigamiento y asesinatos de campesinos e indígenas.
A esto se suman los emporios turísticos, el narcotráfico, el crimen organizado, las áreas protegidas inconsultas. Según información del Movimiento Madre Tierra – Amigos de la Tierra Honduras, el extractivismo minero ha dañado cuencas hidrográficas y el nacimiento de los ríos principales de esas zonas, y se dañó también la Reserva de la Biósfera del Río Plátano (departamento de Gracias a Dios). Además, han habido asesinatos de dirigentes y desalojos frecuentes de comunidades campesinas e indígenas, de los pueblos garífunas, misquitas, tawahkas y pech.
Existe una fuerte concentración militar y policial, incluyendo a la Fuerza Naval, la Policía preventiva y la Base militar de Estados Unidos Caratasca (también en Gracias a Dios). Hay persecución sistemática y encarcelamientos contra dirigentes de la Plataforma Agraria, de la organización campesina de Guapinol y de la Coordinadora de Organizaciones Populares del Aguán (COPA). [2]
En ese contexto, decenas de las cerca de 50 comunidades garífunas de la Costa Atlántica de Honduras, aglutinadas en la Organización Fraternal Negra Hondureña (OFRANEH), están cercadas por el monocultivo de la palma.
Las dirigentes de Madre Tierra Sandra Escobar, Blanca Serrano e Iris Gomes, lideran el trabajo junto a OFRANEH en la resistencia al agronegocio de la palma y también a los proyectos hidroeléctricos y mineros. No obstante, son decenas de mujeres de las dos organizaciones las que trabajan juntas para denunciar a las empresas del sector hondureñas, pero también a transnacionales originarias de Canadá, Estados Unidos, Brasil.
Madre Tierra y OFRANEH advierten sobre las consecuencias negativas del modelo de los monocultivos industriales en medios de comunicación, marchas, giras, reuniones, plantones. Pero también trabajan juntas en la construcción y promoción de las alternativas, comparten experiencias agroecológicas referentes a plantas alimenticias y medicinales, y realizan acciones de solidaridad recíprocas. Este trabajo cuenta con la solidaridad nacional e internacional, la participación de otras organizaciones ambientalistas, de derechos humanos y feministas.
En el marco del 21 de septiembre, Día Internacional contra los Monocultivos de Árboles, conversamos con Sandra Escobar, coordinadora ejecutiva del Movimiento Madre Tierra, para conocer en detalle este trabajo.
Las gravísimas consecuencias del modelo de la palma aceitera
La ambientalista cuenta que el modelo de los commodities agrícolas en Honduras despoja de sus territorios a las comunidades locales, y contamina las fuentes de agua y los suelos dedicados a la siembra. “Se ve afectado el derecho a la vida, el derecho a la comida, el derecho a la siembra, el derecho a la tenencia de la tierra”, dice Sandra.
Un capítulo especial merecen las consecuencias que sufren las mujeres. “Nos afecta porque somos las mujeres las que estamos en el territorio, que cuidamos del hogar, de los hijos, de la tierra. Somos las que cultivamos, acarreamos la leña, el agua”. Sandra agrega que a pesar de toda la contaminación de las empresas transnacionales y de vivir “en un país muy machista”, “nosotras cuidamos nuestro medio ambiente, seguimos sembrando como nuestros antepasados nos han enseñado, buscando la economía, buscando comer sano”.
En el “Diagnóstico de Honduras sobre el aumento del poder de las transnacionales en los sectores de la energía y/o agropecuario”, realizado el año pasado para una publicación de Amigos de la Tierra América Latina y el Caribe [3], Madre Tierra destaca que los datos accesibles sobre la posesión de la tierra en el país son “alarmantes y muestran la disponibilidad del gobierno de Honduras a favorecer el acaparamiento de tierras”. Según el estudio, en los últimos años el 5 por ciento de las unidades agrícolas habían ampliado su control al 61 por ciento de la superficie factible de ser cultivada. En contrapartida, el 71 por ciento de las unidades sólo ocupaban el 9 por ciento del área.
La apuesta por los monocultivos de palma aceitera ha generado graves consecuencias sociales, que tienen a las desapariciones forzadas, las amenazas, la persecución y los asesinatos de campesinos e indígenas como punta del iceberg. El impulso a un modelo de tenencia de la tierra que beneficia a los empresarios se agudizó luego del golpe de Estado de 2009 [4], que derrocó al presidente José Manuel Zelaya. Desde entonces las violaciones a los derechos humanos en Honduras han sido moneda corriente y empresarios como Miguel Facussé [5] se hicieron tristemente célebres.
En julio de 2020 la OFRANEH denunció el secuestro y desaparición del dirigente Sneider Centeno, presidente del Patronato de Triunfo de la Cruz (en el departamento de Atlántida) e integrante activo de la organización garífuna, junto a otros tres jóvenes [6]. Hasta el día de hoy no se sabe nada y el Estado sigue sin atender el caso debidamente.
La localidad de Triunfo de la Cruz está ubicada a unos 220 kilómetros de Tegucigalpa. Desde los años 90 varias empresas tienen interés en ocupar esos territorios para desarrollar proyectos turísticos y de explotación de los recursos naturales.
En 2015, la Corte Interamericana de Derechos Humanos falló a favor de la comunidad garífuna de Triunfo de la Cruz [7], obligando al Estado de Honduras a otorgarle a la comunidad “un título de propiedad colectiva” sobre los territorios que habita. Una sentencia similar de la Corte favoreció a la comunidad garífuna de Punta Piedra, en el municipio de Trujillo, departamento de Colón.
La Corte consideró que el Estado de Honduras había violado el derecho a la propiedad colectiva sobre el territorio ancestral, y el derecho a la consulta previa, libre e informada. “Han pasado siete años y el Estado se niega a cumplir las sentencias y, por el contrario, la violencia y la hostilidad en los territorios Garífunas se han incrementado drásticamente, alerta la OFRANEH [8].
En tanto, la comunidad garífuna de Nueva Armenia [7], también en Atlántida, fue desplazada forzosamente en el pasado por el boom bananero y gran parte de sus tierras está invadida por la palma. Lo único que piden los indígenas es que el Estado les restituya su territorio ancestral. Los procesos de recuperación de sus propias tierras han conducido a que los garífunas de Nueva Armenia sufran diversos ataques y represión.
Las graves violaciones a los derechos de los pueblos en Honduras han llevado a Amigos de la Tierra Internacional a intensificar su trabajo de solidaridad internacionalista con Honduras [9], y en agosto ATALC difundió un informe al respecto en apoyo al pueblo hondureño [10].
Un modelo de vida: producción en pequeña escala, reforestación, medicina natural, protección del ambiente y el territorio
La amistad, la solidaridad, la convicción sobre la necesidad de resistir y defender el territorio, la tierra y el agua, son según Sandra los pilares sobre los que se sostiene el trabajo en alianza del Movimiento Madre Tierra con OFRANEH. Es “muy bonita” la experiencia, dice la ambientalista. “Nos gusta lo mismo, sembramos, cambiamos conocimientos, se trabaja con hortalizas. Hemos cambiado el monocultivo que esas grandes transnacionales han metido con esa palma africana. Lo estamos cambiando por coco, sandía, yuca, árboles frutales, haciendo nuestras hortalizas y huertos medicinales. (…) En las pocas tierras que se han recuperado (de las que se habían arrebatado a los/as garífunas) nosotras estamos dando un giro”.
Eso ocurre, por ejemplo, en la comunidad garífuna de Vallecito, a 75 kilómetros de la ciudad de Trujillo, en el departamento de Colón, donde fueron recuperadas aproximadamente 1200 hectáreas de las manos de terratenientes y del crimen organizado [11].
A la hora de contar sobre las alternativas construidas por Madre Tierra y OFRANEH, Sandra subraya: “la práctica que nosotras usamos es la que nos han enseñado nuestros ancestrales, sembrar con armonía, cuidando el medio ambiente y el territorio, sembrar con la luna, reforestar con árboles frutales, sembrar nuestras hortalizas, nuestros huertos medicinales”.
La ambientalista cuenta que cosechan, por ejemplo, rábano, zanahoria, papa, camote, y que así las poblaciones locales tienen acceso rápido a alimentos sanos en zonas en las que, de no ser por esa producción local, tendrían que caminar varias hectáreas. Soberanía alimentaria en práctica. “Es un placer ver esas plantaciones sembradas sin químicos, son hortalizas que nacen y que son cosechadas con las manos de Madre Tierra y los/as garífunas, todo natural. Da gusto saber que no estamos contaminando la tierra, al contrario, la estamos protegiendo”.
Madre Tierra organiza talleres de formación a niños, jóvenes, adultos mayores, que llegan desde varias comunidades diferentes. “Es muy bonito el encuentro, el intercambio que hacemos con ellos/as de conocimientos, la alegría que se ve en los rostros cuando estamos sembrando”. “No es solo sembrar, sino también saber cuidar nuestras semillas nativas, porque no queremos semillas transgénicas en Honduras”, sentencia Sandra.
Como en tantas partes de América Latina y el Sur global, la agricultura familiar, campesina e indígena, la producción de alimentos en pequeña escala, fue crucial en Honduras durante los peores momentos de la pandemia.
“No podíamos salir, no podíamos ir a comprar, las calles estaban desoladas”, relata Sandra. “Fue tan tan importante tener nuestros huertos comestibles y medicinales dentro de nuestros hogares, de nuestras hectáreas de tierra. No nos morimos de hambre porque gracias a Dios sabemos sembrar, sabemos cultivar, sabemos cuidar la siembra”.
La activista hondureña nos relata sobre la importancia incluso del trueque, de la economía local, en el contexto del Covid 19. Además, resalta especialmente el rol de la medicina natural. En ese sentido, destaca el papel que ha jugado en Madre Tierra el doctor Juan Almendares, asesor nacional e internacional de la organización y su histórico referente, que impulsa a sus compañeros/as a sembrar sábila, romero, yanten, cúrcuma, jengibre y les capacita en el uso de las plantas medicinales. También se destacan el orégano, la yerba buena, la menta. “Si nosotros/as tenemos el conocimiento de estas plantas medicinales y las sabemos utilizar, salvamos muchas vidas. También es una gran economía para el ser humano”, asegura Sandra.
Durante la pandemia la OFRANEH creó además centros de atención de salud, a los que hoy llama “casas ancestrales de salud”. “Le estamos haciendo la guerra a las farmacéuticas, en la práctica”, dice la coordinadora general de la organización, Miriam Miranda [12]. “Y les decimos hay que tomarse el tecito, no hay que tomar la pastilla”.
Otro de los aspectos trabajados por Madre Tierra y OFRANEH es el manejo comunitario de los bosques, la reforestación con árboles ornamentales y frutales, el cuidado de la biodiversidad, la fauna y la flora.
La organización y las alianzas: la clave en la implementación de las alternativas
Además del trabajo comunitario que se hace por ejemplo en Triunfo de la Cruz y Vallecito, y en Reitoca, un municipio del departamento de Francisco Morazán, Madre Tierra trabaja también en la capital Tegucigalpa para denunciar el modelo de los agrocommodities y promover las alternativas.
“Somos de 26 a 28 coordinadoras. Cada una en sus barrios y colonias, damos talleres de salud, talleres de soberanía, enseñamos los saberes de los suelos, el cuidado de la semilla, les mostramos la importancia de tener un huerto comestible en sus hogares, un huerto medicinal”, dice Sandra.
En la capital hondureña se destaca la organización por parte de Madre Tierra de grupos de mujeres, grupos de jóvenes, de niños, a los que se brinda la formación. Las mujeres de la organización van a las escuelas, a los jardines de infantes, a los parques, reforestan y hacen limpieza de ríos. Se corre la voz de ese trabajo y las llaman para pedir ese tipo de apoyo desde diversos lugares.
Otro actor central de este proceso de trabajo ha sido la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), donde el doctor Almendares fue rector de 1979 a 1982. Sandra cuenta que se encuentran en las comunidades con los/as ingenieros/as agrónomos/as de la Universidad, y comparten siembras y conocimientos. “Es bonito trabajar a la par de ellos/as, aprenden de nosotras y nosotras de ellos/as”. Sin embargo, Sandra reivindica que “la universidad que tenemos es la de la vida, la que nos ha enseñado a salir adelante, porque entre más aprendemos más queremos saber y más queremos compartir”.
En agosto de 2022 OFRANEH dijo con motivo de una movilización en Tegucigalpa [8]: “venimos de territorios donde se lucha y se construye vida, dignidad y bienestar, con el largo aliento de quienes nos han precedido en nuestra rebelde historia”.