Si acompañamos las noticias del mundo u observamos la realidad de las personas a nuestro alrededor, percibimos cómo la precarización del trabajo, la escasez de los bienes naturales, la violencia y la criminalización acompañan, cada vez más, la dureza de lo cotidiano. La pandemia del nuevo virus covid-19 expone, de forma todavía más drástica, el enfrentamiento del capital contra la vida, que viene siendo rifada por el gobierno de Bolsonaro, sin cuidado, sin prevención, sin solidaridad, en nombre del lucro y la producción capitalista.
Este año 2020, como parte de la Marcha Mundial de las Mujeres, organizamos nuestra acción en torno a la consigna ¡Resistimos para vivir, marchamos para transformar! Queremos desmantelar el actual modelo, que es capitalista, patriarcal, racista, LGBT fóbico, colonialista y se organiza en una lógica de acumulación irreconciliable con la sostenibilidad de la vida.
Las dinámicas impuestas por este modelo pasan hoy una crisis aguda, a través de una ofensiva conservadora y neoliberal sobre la vida, los territorios y el trabajo de las mujeres y de la población empobrecida en general. Esa ofensiva precariza la vida, fortalece autoritarismos, banaliza y deteriora democracias. El conservadurismo se presenta estrechamente conectado a proyectos de poder y control de los pueblos y de las mujeres.
El autoritarismo y la violencia de extrema derecha revelan una agenda antifeminista, articulada con el racismo, la xenofobia y demás dinámicas de la dominación y explotación basadas en clase y raza –no sólo en Brasil sino también por ejemplo en Turquía, Filipinas y los Estados Unidos.
La burguesía ha impuesto ataques sistemáticos a la organización de la clase trabajadora, en particular a los sindicatos. Sus luchas continúan marcadas por la resistencia, pero en un cuadro de fragilidad, precarización y fragmentación de la clase trabajadora, resultante de la alteración en las formas de trabajo, más informales, con sobrecarga y énfasis en discursos sobre meritocracia y competencia.
En las Américas, observamos procesos de articulación y alianzas entre las formas tradicionales de organización y nuevas movilizaciones, masivas y amplias, de los pueblos originarios, campesinos, negros y negras, LGBTTQI, de las periferias, jóvenes, mujeres.
Es en esa misma línea que hubo, en los últimos años, un crecimiento expresivo de las movilizaciones de las mujeres y ampliación del feminismo en el mundo entero, una de las principales fuerzas políticas en la actualidad. Esto evidentemente no se da de forma homogénea: tiene diferencias, por ejemplo, entre visiones liberales y anti-sistémicas.
Mirando el conjunto, se ve que la dificultad está en la construcción de procesos organizativos amplios, democráticos y continuados. Son las limitaciones de una dinámica que funcionó mucho por la adhesión puntual a movilizaciones, muchas veces a partir de las acciones de impacto mediático. (Desarrollé más esta idea en el artículo “Desafíos feministas ante la ofensiva neoliberal”, que está en el libro de SOF “Resistir y transformar: claves feministas para la lucha anticapitalista” [1], de 2019).
Es en el campo popular y clasista del movimiento feminista que se coloca con fuerza la defensa de la vida y de otro modelo, que va más allá de la lucha por derechos y por la igualdad con hombres dentro del actual sistema. El ruido generado por las grandes empresas, que usan algunos temas del feminismo (el llamado maquillaje lila) resulta una banalización, una especie de trampa que las feministas necesitan siempre identificar y denunciar.
Por eso, es necesario incorporar al debate global la perspectiva feminista sobre lo que debe ser el desmantelamiento del capitalismo racista y patriarcal. Y, junto a eso, reforzar la construcción permanente, la cohesión, la acción colectiva, la definición democrática de las agendas teniendo las alianzas como principio de lucha.
A partir de las resistencias, resiliencias y propuestas de las mujeres, esa visión de feminismo como parte de un proyecto anti-sistémico concretiza una acción que pone la vida en el centro, a través de la comprensión de nuestra interdependencia como seres humanos y de nuestra dependencia de la naturaleza.
La pandemia que los pueblos de todo el mundo enfrentan hoy es un ejemplo drástico de esas interdependencias y de la urgencia de una nueva organización social. La pandemia desenmascara los males de austeridad, de predominio de la lógica del mercado y de la precarización de la vida, y exige respuestas que son emblemáticas.
La necesidad del aislamiento evidencia que ni todos ni todas tienen ese derecho, que es delimitado por la clase, por la raza y también por el género. Revela con agudeza la postura de las elites de garantizar el lucro y la comodidad en detrimento de la salud de quien trabaja para ellas.
Revela también cuáles trabajos son realmente necesarios para la sustentación de la vida, dentro y fuera de la casa. Expone lagunas, que debemos llenar colectivamente, a través de la urgencia de la solidaridad y de la construcción de acciones comunes, autogestionadas, así como de la protección social, garantía de la salud, saneamiento, abastecimiento. Esa necesidad se coloca, hoy, como una emergencia, sin embargo, es nuestro horizonte, como feministas: una reorganización social profunda, radical, que coloque la vida en primer lugar.
(Puede leer esta columna de Nalu Faria en portugués, y escucharla a ella misma, en la publicación original en Brasil de Fato [2]).
* Nalu Faria es psicóloga, coordinadora de SOF Sempreviva Organización Feminista [3] e integrante del Comité Internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres [4].