Los ejercicios de memoria ambiental que hemos conocido a lo largo de los últimos años son tan diversos como el ambiente mismo. Y sin embargo, tienen algunos elementos en común: (1) parten del entendimiento de la naturaleza como víctima del conflicto armado, (2) buscan entender cómo el conflicto armado y el modelo de desarrollo han provocado conflictos socio-ambientales y cómo estos han transformado las relaciones de las comunidades con la naturaleza y viceversa, (3) son un esfuerzo de recordar el pasado para construir futuro, (4) son entendidos como procesos de resistencia y luchas por la permanencia en los territorios, (5) se apoyan en una lectura del territorio y sus procesos de transformación.
Ahora bien, apoyarse en el territorio, entendido éste como la apropiación vívida de un espacio, que comprende un conjunto de interacciones de lo material, social, espiritual y simbólico, y las relaciones de poder que están inmersas en estas interacciones, es un privilegio de quienes hacen parte de él. Quienes no, nos debemos apoyar en el concepto del paisaje, lo cual nos ubica inmediatamente en un lugar de mayor desconocimiento, donde lo material es predominante, porque cambia el lugar de la enunciación y con esto cambia nuestra capacidad de comprensión. El paisaje se percibe desde la observación, lo cual puede llegar a ser peligroso para quienes no sepamos ver más allá de lo visible. ¡Qué armónico puede resultar el paisaje ganadero de la costa caribe con sus vastos pastizales verdes y abundantes, invisibilizando décadas de conflicto con miles de muertos y desplazados!
El paisaje no es entonces una categoría por opción sino por obligación para quienes queremos impulsar ejercicios de memoria ambiental con territorios ajenos a los nuestros. Por consecuencia, es nuestra responsabilidad aprovechar las potencialidades que nos permite una mirada desde afuera, pero, sobre todo, encontrar la manera para que los testimonios desde los territorios nos permitan una comprensión de mayor profundidad. Hay que buscar la forma de construir un puente metodológico entre territorio y paisaje.
Aprender a leer los paisajes es la capacidad de identificar, observar y analizar un espacio concreto en términos físicos, sociales, políticos y ambientales, y de dialogar sobre sus procesos de transformación con su gente. Preguntarnos por las razones de la expansión de monocultivos, la privatización y explotación de bienes comunes, contaminación de aire, agua y suelo, la construcción de hidroeléctricas de diversas escalas, la pérdida de diversidad de semillas, entre otros temas. El paisaje lleva estas cicatrices que son su pasado y su presente al mismo tiempo. Lo son en términos materiales cuando represan ríos e inundan tierras como ha sido en el caso de la hidroeléctrica Urrá 1, que se impuso a mediados de los años ´90 y cuyos impactos siguen hasta el día de hoy. Y también lo son en términos sociales, simbólicos y narrativos porque se transforma la relación con el río, el sustento de la gente, su alimento, sus anécdotas.
La Unidad de Investigación y Acusación de la JEP ha hecho un paso importante con su comunicado 009 del 5 de junio 2019, al reconocer al medio ambiente como víctima silenciosa del conflicto, un entendimiento que por años se viene planteando desde los procesos territoriales. Es más, desde los territorios se entiende a la naturaleza también como escenario y botín del conflicto cuando es ocupada bajo lógicas de estrategia militar. Incluso, se puede constatar que es usada como arma de guerra, cuando los ríos fueron convertidos en cementerios al llenarlos con los cuerpos de las víctimas con el fin de sembrar terror aguas abajo. Fueron violentados al ser usados como mensajeros de la muerte, igual que los árboles donde se torturaba y mataba a la gente. Solo nombrar determinado árbol o río puede generar miedo y zozobra en la gente al asociarlo con los horrores de la guerra. Si la naturaleza fue abusada como señuelo o mensajera de la muerte en el marco de la estrategia del conflicto armado colombiano, la torturaron al ponerla en función de objetivos militares. Una terrible resignificación de la relación con la naturaleza; puesta en función de la guerra.
Las relaciones con la naturaleza se han desdibujado hacia lo más tenebroso. No basta con la visión utilitarista de las empresas extractivas para complacer sus ambiciones de acumulación. En medio del conflicto armado ella es usada como medio para atentar contra el otro. Entender esto hace parte de las otras verdades que aún no están contempladas por las instituciones del Estado en su trabajo por consolidar la verdad, la reparación y la no-repetición. De no avanzarse en esta comprensión, habrá una verdad a medias que no podrá seguir con el desafío de la reparación y no-repetición hasta que haya una consciencia biocéntrica que permita una reconciliación con la naturaleza. Impulsar ejercicios de memoria ambiental es una oportunidad para avanzar en este camino de la reconciliación, porque permite recordar cómo fueron los relacionamientos con la naturaleza antes, mediante y después del conflicto, y darles un significado.